"Top manta": paremos la espiral


Esta entrada fue publicada el 13 de agosto el Diari Ara (en catalán)  en una versión similar pero un poco más resumida.

Hace un año murió Mor Sylla en Salou durante un operativo de la Policia en su casa. La crisis le hizo “mantero” pero era economista, tenía cincuenta años, era un referente para sus compañeros, a los que ayudaba, y dejó una hija de dos años. Desde entonces los "manteros" han sido el punto de mira de los medios, del Ayuntamiento de Barcelona, de los cuerpos de seguridad y de los comerciantes.
¿Son uno de los principales problemas de Barcelona? Un análisis mínimamente reposada y seria nos hace darnos cuenta de que no. Ni es así, ni puede serlo, por varias razones.

En primer lugar, el volumen de ventas del top manta es irrisorio en relación a la actividad comercial de Barcelona. La consulta de cualquier publicación o índice económico hace ridícula cualquier comparación y, en particular, en relación a los ingresos por turismo: somos la segunda ciudad del mundo en volumen de gasto turístico por residente, y la sexta en ingresos totales, con 12.391 millones de euros. El supuesto perjuicio económico que causan los manteros es muy reducido y afecta sobre todo a algunos autónomos y pequeños comercios de zonas concretas donde se colocan. Y sin embargo, hay asociaciones de comerciantes que los han convertido en el enemigo, cuando no lo son realmente aunque como sociedad parece que hemos aceptado que los manteros son una amenaza económica.   

Tampoco se sostienen los argumentos de su fraude fiscal. Primero que sin papeles no se pueden pagar impuestos directos. Y segundo que los volúmenes de impuestos que no pagan son también ridículos junto a la elusión y evasión fiscal de las grandes empresas. Todo el mundo ya es consciente que la elusión y evasión fiscal de las grandes marcas y compañías es un hecho y tiene unos volúmenes desorbitados, pero con ello no se llenan portadas cada día. Como sociedad parece que hemos asumido que contra estas empresas y estas grandes marcas no podemos hacer nada.

Si nos fijamos en el problema de orden público este también es muy limitado, el de imagen discutible y la única respuesta clara es la judicial y la policial, amparada por la ley mordaza que nos hemos tenido que tragar. El excesivo despliegue policial y el desacierto de algunos agentes con un trato inhumano en algunos casos hace que muchas intervenciones resulten completamente desproporcionadas por el tipo de delito del que se trata. La misma acusación de “organización criminal” por parte de los policía en la última operación hace unos días, con motivos que no se aguantan por ningún lado, dispara todas las alertas sobre qué hay realmente detrás de esta persecución y criminalización de los manteros. Todo el mundo está de acuerdo en que hay un problema de pobreza y vulnerabilidad detrás, pero de la misma manera que los ignoramos cuando los vemos correr, cuando entran o salen con nosotros en el vagón del metro, o cuando les han metido en la cárcel o en CIE, como sociedad, parece que hemos aceptado también que no podemos hacer nada por ellos.

Se han dedicado muchas horas y páginas de periódico a hablar de los manteros, nacionalidades, productos que venden ... detalles absurdos. Al mismo tiempo, se ha informado poco y mal sobre las causas multidimensionales del fenómeno, y esto no ayuda a hacerse una idea ni de su dimensión real, ni de cómo abordarlo. Como se ha convertido en un tema de trifulca partidista, se repiten las declaraciones incendiarias sin que nadie aporte argumentos o propuestas diferentes o alternativas. Y sin que se escuchen o se discutan las propuestas de los propios manteros. Todo el mundo sabe que los productos que venden en la calle no los importan ellos, ni los traen ellos de contrabando, sino que los compran en tiendas de la propia ciudad o del área metropolitana de Barcelona. Todo el mundo sabe que el producto llega tranquilamente al puerto de Barcelona y que los verdaderos responsables del comercio masivo de falsificaciones son empresas muy opacas y como sociedad parecería que hemos asumido que contra estas empresas no se puede hacer nada.

Como sociedad tenemos un problema. Castigamos al pobre que tenemos delante porque es lo más fácil, y no queremos ver, entender y enfrentar las amenazas más grandes y serias. Ser una capital mundial y un gran destino turístico supone algunas contrapartidas negativas y la menor de ellas es el “top manta”. Con los hoteles, los buses turísticos y las guías con banderitas llegan también los apartamentos turísticos ilegales, las franquicias que terminan con el pequeño comercio, el aumento del precio de los alquileres y del consumo de alcohol -con todo lo que conlleva-, el riesgo de convertirnos en objetivo terrorista. ... y el top manta. Lo vemos en todas las capitales globales. Y lo estamos viendo en Barcelona. Hay que asumir que el top manta ha venido para quedarse. En la forma que conocemos, o en alguna otra. Y tal vez ya es hora de que en vez de seguir escalando el conflicto se sienten todos los implicados y responsables políticos y económicos y hablen, porque el problema no es de este Ayuntamiento y de su equipo de gobierno: lo era de los pasados y lo será de todos los que vendrán. Al igual que las contradicciones, porque ciertamente no podemos presumir de ciudad solidaria y acogedora si no miramos a la cara a los manteros.

Utilizar los manteros para la disputa partidista, el eslabón más débil, para lanzarse dardos unos contra otros, no resuelve nada y genera problemas añadidos a gente que ya bastante difícil lo tiene. Ahora la oposición hace la batalla a los que gobiernan y cuando les toque a otros, escucharán del otro bando los mismos argumentos que usan ellos. Sólo hay que acercarse a los manteros para empatizar con el colectivo y no acabar de entender como tanta gente -individualmente tan sensata- está permitiendo que jóvenes pobres vayan a prisión por vender cuatro cosas en la calle. Es absurdo e injusto. Profundamente injusto.

Como ciudad y como sociedad hay que reaccionar. Barcelona es demasiado importante. Todos somos Barcelona al salir de Cataluña o de España, y a todos nos gusta que la reconozcan como una ciudad abierta, viva, divertida y solidaria.

Como sociedad no podemos aceptar según qué, aunque parezca el pensamiento imperante, y debemos exigir una solución al tema de los manteros y colaborar en la medida de lo posible.

Si los partidos dejan de utilizarlos para desgastarse mutuamente, si los cuerpos de seguridad dejan de utilizarlos para castigar a los políticos, si los grandes empresarios del comercio dejan de utilizarlos contra un gobierno que no les gusta, si los pequeños comerciantes se dan cuenta que su problema es el gran comercio y no los manteros, si todos juegan limpio darán cuenta de que hay que detener esta espiral. Hay mucha gente dispuesta a mediar, facilitar y colaborar en la búsqueda de soluciones. No será fácil ni rápido, pero cosas más difíciles hemos hecho. Y lo queremos hacer.



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